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Calles de Sevilla: La calle Córdoba

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Hace tiempo se nos pasó por la cabeza que podría ser bonito escribir sobre diferentes calles de nuestra ciudad, contando sus peculiaridades, su historia o historias, las leyendas o hechos importantes que en ellas ocurrieron. No seremos ni los primeros ni los últimos en escribir este tipo de artículos, pero esta mañana hemos dicho ¿por qué no? así que hemos decidido empezar con la calle Córdoba, esa pequeñísima calle, casi callejón, que une la archiconocida plaza del Salvador con la calle Lineros y la comúnmente llamada Plaza del Pan, que en realidad se llama Plaza Jesús de la Pasión.

La calle Córdoba es maravillosa, siempre atestada de gente, con tiendas típicas, especialmente zapaterías y mucho ambiente

Además en ella se encuentra una pieza de patrimonio de las «mas antiguas» de la ciudad, la base de la torre alminar de la antigua mezquita mayor Ibn Adabbás, que se encontraba en lo que es hoy la Colegiata del Salvador.

Hay que fijarse bien, pues la calle es estrecha y la torre pasa desapercibida, por lo que tenemos que parar y levantar el cuello al cielo

Justo al lado de la susodicha torre y a través de una pequeña puerta o abertura vamos a parar a un pasillo de piedra que desemboca en el maravilloso (a ratos tranquilo y a ratos atestado) patio de los Naranjos del Salvador.

También perteneciente a la antigua mezquita, y aunque ha sido muy modificado, sigue conservando su encanto, y unos preciosos capiteles de época visigoda encastados ya en la pared.

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Otra curiosidad es el olor de esta calle, que casi siempre es a incienso, pues siguiendo la tradición del barrio, antiguo zoco musulmán llenito de puestos, aun pervive uno: el del incienso y aromas. Prácticamente omnipresente encontraremos la mesa, justo a los pies de la torre que mencionábamos antes, llena de incensarios y botecitos, de carbón y de aromas…guiris y paisanos curioseando las yerbas y comprando algún que otro ambientador para entrar como Dios manda en primavera, cuaresma y lo que toque.

La calle Córdoba era antiguamente, allá por el siglo XIII conocida como calle Herreros, pues éste gremio era el que frecuentaba la zona, después derivó a hierros, y en el siglo XIV el gremio fue cambiando hacía los Buhoneros, que le dieron un nuevo nombre: Buhones. También se ha llamado faroleros y por supuesto zapateros, como nos cuentan aquí. Todos este «berenjenal» de nombres se acabó en 1908 cuando la calle recibió el nombre que ahora ya nos es familiar: Córdoba.

Como en casi todas las calles de Sevilla, en la calle Córdoba han ocurrido (o no, quién sabe) hechos que han quedado en los anales de las leyendas sevillanas. La más conocida es la de aquel monaguillo del Salvador que subía a la torre diariamente para hacer tocar las campanas. Parece que un día de esos raros, de ventisca en Sevilla, el chiquillo dio un traspiés y cayó, asegurándose una buena lesión o incluso la muerte. Sin embargo por obra divina cayó sobre los árboles de naranjo sin hacerse un solo rasguño y pudiendo salir del percance sano y salvo y con pies en polvorilla.

Por supuesto, ésta, como muchas otras calles de Sevilla y casi podríamos decir que la ciudad al completo, está cambiando y en constante transformación. Donde antes había una zapatería tradicional ahora encontramos una tienda de chocolates o una tienda «gourmet». Es lo que tiene Sevilla, o más bien lo que es, lo que somos. Un extraño lugar donde conviven tradición, mezcla y modernidad en una pequeñísima calle como la calle Córdoba.

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Calles de Sevilla: La calle Córdoba

Estas disposiciones no fueron duraderas ni eficaces, pero nos habla de unos hechos a menudo desconocidos y de los que no se suele hablar, ni siquiera en los centros educativos. Pero merece la pena imaginar una Sevilla con un porcentaje llamativo de población negra, muchos de ellos llevando una carimba en el rostro, tal vez con el anagrama “ESCLAVO”, una S y un clavo (la primera que aparece en la imagen); aunque el carimbo se usó mayormente en las colonias americanas, mucho más difíciles de controlar por las autoridades. Otra curiosidad es que los hierros de carimbar se guardaban bajo llave en dependencias administrativas de la autoridad, o sea, que la carimba estaba perfectamente regulada por las leyes, y era como nuestros sellos de aduanas o de control de la CE o la matrícula en los coches, pues no se les consideraba más que mercancía. Y, además, por mandato real, los custodios y encargados de carimbar no podían cobrar por ello o cobrar, en todo caso, muy poco para evitar que se convirtiera en un negocio, como ya había ocurrido en algunos lugares.

Hasta 1679 no se suprimió la esclavitud indígena en los dos virreinatos y el carimbo aún tardaría un siglo más en ser prohibido completamente, ya en época ilustrada.